Recuerdo cuando dio un vuelco tremendo mi
vida. Fue hace mucho, en el pequeño pueblo en el que crecí.
Reconozco que no era muy social, no hice
amistad con la gente que vivía allí, pues mi frágil salud no me permitía más
que ir al colegio y pasar el resto del día con mi padre y mi hermano mayor
Federic que, al contrario que yo, conocía a toda la gente del pueblo, y todos
lo encontraban optimista y muy feliz.
No conocí a mi madre, murió al darme a luz.
Mi padre me hablaba siempre de ella mientras mostraba una sonrisa de nostalgia.
Un día mi enfermedad acabó por agravarse y
me incapacitó para poder ir al colegio del pueblo. Mi padre, que era profesor
de ese mismo colegio, me educó notablemente bien en casa.
Pero no os entretendré más describiendo mi vida, solo os diré que me llamo Susan y os contaré una historia que sí os podría interesar.
Pero no os entretendré más describiendo mi vida, solo os diré que me llamo Susan y os contaré una historia que sí os podría interesar.
Un corriente día de otoño, mi padre mandó a
Federic que buscara en el sótano una pala con la que poder quitar una
enredadera que empezaba a invadir la puerta trasera de casa. Mi padre también
le pidió realizar esa tarea de jardinería, ya que él estaba ocupado en ese
momento corrigiendo exámenes de sus alumnos.
Mi hermano se esforzó en cavar un agujero para
arrancar la enredadera porque sus raíces eran profundas.
En la última palada que dio para acabar
extrayendo la enredadera del suelo, golpeó con la pala en lo que pensó que
sería una piedra de buen tamaño. Pero, al fijarse, notó un brillo extraño
parecido al bronce. Hundió las manos en la removida tierra y sacó una pequeña y
pesada caja rectangular, totalmente hecha de bronce y con extraños relieves de
criaturas tenebrosas. Se deshizo rápidamente de la enredadera y guardó la pala
para encerrarse con esa caja en su cuarto.
Limpió la tierra que se había adherido a la
caja con un trapo e intentó buscar un mecanismo con el que poder abrirla, pero
solo halló un cerrojo por el que debía introducirse una llave, en el hoyo no
encontró tal llave, así que no sabía qué podía ser de ella.
Buscó algún punto débil por la que poder
forzarla, pero era una caja sólida y hermética.
Acercó la oreja a la cerradura para, acto
seguido, agitarla y comprobar si tenía algún contenido, oyó un jadeo y se
asustó. Apartó la oreja y, al momento, la volvió a poner para comprobar si solo
era imaginación suya, pero oyó una voz que le dijo:
- Escucha joven, te
agradezco que me hayas sacado del letargo en el que permanecía debajo de la
tierra.
Federic, incrédulo de que le pudiera estar
hablando una caja, solo pudo articular una pregunta:
-¿Quién eres?
La voz ronca, pero aguda, de la caja le
contesto:
-¿No es evidente? Solo soy
una caja, escúchame: me gustaría compensarte el favor que te debo y querría
concederte el deseo que tú me pidieras, a cambio de ayudarme en un par de cosas.
¿Qué te parece?
Mi hermano pensó que sería divertido y le
comunicó:
- Estoy de acuerdo, pero
¿qué cosas serían?
- Tranquilo, cosas simples,
te las iré diciendo sobre la marcha.
La caja lo mandó bajar al sótano, donde
anteriormente había guardado la pala, y buscar en los cajones de un viejo
armario azul, armario que inexplicablemente la caja describió perfectamente, y
coger un bote que, según la caja, contenía unas pastillas.
Lo encontró en el segundo cajón del armario, bien disimulado con otros objetos.
Al examinar el pequeño
recipiente, comprobó que parecía algún tipo de medicina.
- Tal vez un medicamento de
mi hermana- pensó él.
Volvió a la habitación y le pregunto a la
caja:
- ¿Qué debo hacer con lo que
me has pedido?
La caja le contestó:
- Nada, solo deja el
recipiente a mi lado.
Mi hermano dejó los dos
botes en el escritorio al lado de la caja.
- Bien hecho, ya es tarde,
mejor que dejemos el resto para mañana- dijo la caja.
Mi hermano ya tenía sospechas de por qué le
había pedido algo tan extraño, aunque decidió seguir el juego.
Al día siguiente, nada mas amanecer, me
desperté y me noté exhausta, sentí las articulaciones doloridas, tenía helado
todo el cuerpo y no me podía levantar de la cama. Por suerte, mi padre entraba
en mi cuarto todas las mañanas para asegurarse de que estaba bien. Nada más
saber de mi situación se apresuró para traer al médico.
Tras examinarme lo más minuciosamente posible para saber lo que me pasaba, no encontró respuesta a mis síntomas.
El dolor aumentaba cuanto más pasaba el
tiempo y Federic entró en mi cuarto preocupado y me abrazó delicadamente
mientras me repetía:
- Te pondrás bien Susan,
tienes que recuperarte.
No supe qué decirle, solo lo
abracé con todas las pocas fuerzas que tenía.
De repente, la cara de mi
hermano se iluminó.
- Ya sé qué hacer.
Me dijo con tono de
confianza mientras salía de la habitación, sin que yo supiera nada de lo que
ocurría.
Entró en su cuarto precipitadamente e
intentó hablar con la caja, que le contestó al momento:
- Quieres salvar a tu
hermana, ¿verdad?
Federic, atónito de que la
caja supiera tal dato, le respondió:
- Desconozco por qué sabes
eso y no me importa, solo quiero que cumplas el deseo que me debías y que mi
hermana recupere la salud.
- Un momento, no has
completado todo lo que necesito pedirte.
- ¿Qué más necesitas? Pide
lo que quieras.
- ¿Te acuerdas de las
pastillas que me trajiste ayer? Pues quiero que las tomes todas.
Mi hermano no era ingenuo y
sabía con toda seguridad que hacer tal cosa no haría más que envenenarle, pero
qué podía hacer en su desesperación por salvarme, así que ingirió las
pastillas. Empezó a sentir calor, su estómago se revolvió y le costaba
respirar, pero debía continuar. Se acercó a esa diabólica caja y
dificultosamente pronunció:
- ¡Quiero mi deseo!
Ninguna voz contestó.
Todo le pareció perdido y ya no vio ninguna
esperanza mientras notaba que la vida le abandonaba, de repente, un resorte
sonó y la caja se abrió. Lo único que encontró fue una llave, la cogió, era de
bronce como la caja, seguramente se podría usar para abrirla, qué sentido tenía
una llave en ese asunto.
Mientras se hundía en sus dudas, notaba que el dolor y los síntomas de envenenamiento desaparecían. Llegó a la conclusión de que la clave era justo esa llave, algo con lo que se podía recuperar la salud.
Federic entró apresuradamente en mi cuarto,
mi padre había salido un momento, y se puso a mi lado para explicarme la misma
historia que estoy contando: cómo encontró la caja, cómo empezó a hablar con
ella y lo que tuvo que hacer para salvarme, mientras me enseñaba en ese momento
la llave y sacaba una cinta que llevaba en el bolsillo, con la que hizo un
collar para colgármela del cuello y caer en ese mismo instante en mis brazos
para morir.
Años después de aquello, recuperada ya la
salud, empecé a viajar por todo el país, el pueblo me traía demasiados
recuerdos y ya no hacía nada allí.
Mi vida cambió en el momento en el que Federic colgó esa llave en mi cuello.
José Manuel De Haro Verdú
3.º PDC
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