lunes, 3 de junio de 2013

EL HALLAZGO DE FEDERIC




Recuerdo cuando dio un vuelco tremendo mi vida. Fue hace mucho, en el pequeño pueblo en el que crecí.

Reconozco que no era muy social, no hice amistad con la gente que vivía allí, pues mi frágil salud no me permitía más que ir al colegio y pasar el resto del día con mi padre y mi hermano mayor Federic que, al contrario que yo, conocía a toda la gente del pueblo, y todos lo encontraban optimista y muy feliz.

No conocí a mi madre, murió al darme a luz. Mi padre me hablaba siempre de ella mientras mostraba una sonrisa de nostalgia.

Un día mi enfermedad acabó por agravarse y me incapacitó para poder ir al colegio del pueblo. Mi padre, que era profesor de ese mismo colegio, me educó notablemente bien en casa.

Pero no os entretendré más describiendo mi vida, solo os diré que me llamo Susan y os contaré una historia que sí os podría interesar.

Un corriente día de otoño, mi padre mandó a Federic que buscara en el sótano una pala con la que poder quitar una enredadera que empezaba a invadir la puerta trasera de casa. Mi padre también le pidió realizar esa tarea de jardinería, ya que él estaba ocupado en ese momento corrigiendo exámenes de sus alumnos.

Mi hermano se esforzó en cavar un agujero para arrancar la enredadera porque sus raíces   eran profundas.

En la última palada que dio para acabar extrayendo la enredadera del suelo, golpeó con la pala en lo que pensó que sería una piedra de buen tamaño. Pero, al fijarse, notó un brillo extraño parecido al bronce. Hundió las manos en la removida tierra y sacó una pequeña y pesada caja rectangular, totalmente hecha de bronce y con extraños relieves de criaturas tenebrosas. Se deshizo rápidamente de la enredadera y guardó la pala para encerrarse con esa caja en su cuarto.

Limpió la tierra que se había adherido a la caja con un trapo e intentó buscar un mecanismo con el que poder abrirla, pero solo halló un cerrojo por el que debía introducirse una llave, en el hoyo no encontró tal llave, así que no sabía qué podía ser de ella.

Buscó algún punto débil por la que poder forzarla, pero era una caja sólida y hermética.

Acercó la oreja a la cerradura para, acto seguido, agitarla y comprobar si tenía algún contenido, oyó un jadeo y se asustó. Apartó la oreja y, al momento, la volvió a poner para comprobar si solo era imaginación suya, pero oyó una voz que le dijo:

- Escucha joven, te agradezco que me hayas sacado del letargo en el que permanecía debajo de la tierra.

Federic, incrédulo de que le pudiera estar hablando una caja, solo pudo articular una pregunta:

-¿Quién eres?

La voz ronca, pero aguda, de la caja le contesto:

-¿No es evidente? Solo soy una caja, escúchame: me gustaría compensarte el favor que te debo y querría concederte el deseo que tú me pidieras, a cambio de ayudarme en un par de cosas. ¿Qué te parece?

Mi hermano pensó que sería divertido y le comunicó:

- Estoy de acuerdo, pero ¿qué cosas serían?

- Tranquilo, cosas simples, te las iré diciendo sobre la marcha.

La caja lo mandó bajar al sótano, donde anteriormente había guardado la pala, y buscar en los cajones de un viejo armario azul, armario que inexplicablemente la caja describió perfectamente, y coger un bote que, según la caja, contenía unas pastillas.

Lo encontró en el segundo cajón del armario, bien disimulado con otros objetos.

Al examinar el pequeño recipiente, comprobó que parecía algún tipo de medicina.

- Tal vez un medicamento de mi hermana- pensó él.

Volvió a la habitación y le pregunto a la caja:

- ¿Qué debo hacer con lo que me has pedido?

La caja le contestó:

- Nada, solo deja el recipiente a mi lado.

Mi hermano dejó los dos botes en el escritorio al lado de la caja.

- Bien hecho, ya es tarde, mejor que dejemos el resto para mañana- dijo la caja.

Mi hermano ya tenía sospechas de por qué le había pedido algo tan extraño, aunque decidió seguir el juego.

Al día siguiente, nada mas amanecer, me desperté y me noté exhausta, sentí las articulaciones doloridas, tenía helado todo el cuerpo y no me podía levantar de la cama. Por suerte, mi padre entraba en mi cuarto todas las mañanas para asegurarse de que estaba bien. Nada más saber de mi situación se apresuró para traer al médico.

Tras examinarme lo más minuciosamente posible para saber lo que me pasaba, no encontró respuesta a mis síntomas.

El dolor aumentaba cuanto más pasaba el tiempo y Federic entró en mi cuarto preocupado y me abrazó delicadamente mientras me repetía:

- Te pondrás bien Susan, tienes que recuperarte.

No supe qué decirle, solo lo abracé con todas las pocas fuerzas que tenía.

De repente, la cara de mi hermano se iluminó.

- Ya sé qué hacer.

Me dijo con tono de confianza mientras salía de la habitación, sin que yo supiera nada de lo que ocurría.

Entró en su cuarto precipitadamente e intentó hablar con la caja, que le contestó al momento:

- Quieres salvar a tu hermana, ¿verdad?

Federic, atónito de que la caja supiera tal dato, le respondió:

- Desconozco por qué sabes eso y no me importa, solo quiero que cumplas el deseo que me debías y que mi hermana recupere la salud.

- Un momento, no has completado todo lo que necesito pedirte.

- ¿Qué más necesitas? Pide lo que quieras.

- ¿Te acuerdas de las pastillas que me trajiste ayer? Pues quiero que las tomes todas.

Mi hermano no era ingenuo y sabía con toda seguridad que hacer tal cosa no haría más que envenenarle, pero qué podía hacer en su desesperación por salvarme, así que ingirió las pastillas. Empezó a sentir calor, su estómago se revolvió y le costaba respirar, pero debía continuar. Se acercó a esa diabólica caja y dificultosamente pronunció:

- ¡Quiero mi deseo!

Ninguna voz contestó.

Todo le pareció perdido y ya no vio ninguna esperanza mientras notaba que la vida le abandonaba, de repente, un resorte sonó y la caja se abrió. Lo único que encontró fue una llave, la cogió, era de bronce como la caja, seguramente se podría usar para abrirla, qué sentido tenía una llave en ese asunto.

Mientras se hundía en sus dudas, notaba que el dolor y los síntomas de envenenamiento desaparecían. Llegó a la conclusión de que la clave era justo esa llave, algo con lo que se podía recuperar la salud.

Federic entró apresuradamente en mi cuarto, mi padre había salido un momento, y se puso a mi lado para explicarme la misma historia que estoy contando: cómo encontró la caja, cómo empezó a hablar con ella y lo que tuvo que hacer para salvarme, mientras me enseñaba en ese momento la llave y sacaba una cinta que llevaba en el bolsillo, con la que hizo un collar para colgármela del cuello y caer en ese mismo instante en mis brazos para morir.

Años después de aquello, recuperada ya la salud, empecé a viajar por todo el país, el pueblo me traía demasiados recuerdos y ya no hacía nada allí.

Mi vida cambió en el momento en el que Federic colgó esa llave en mi cuello.

José Manuel De Haro Verdú
3.º  PDC

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