lunes, 1 de marzo de 2010

Para vivir no quiero. Pedro Salinas



Para vivir no quiero


Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».

La voz a ti debida



Pedro Salinas fue miembro de la Generación del 27, en la que destacó como poeta del amor. Profundo intelectual y humanista, Salinas estudió las carreras de Derecho y de Filosofía y Letras. Fue lector de español en la Universidad de París entre 1914 y 1917, año en que se doctoró en letras. Impartió clases de Literatura en la Universidad de Sevilla, donde permaneció ocho años. Su influjo en los jóvenes poetas andaluces es importante, según recuerda Cernuda: “Quien acude a él halla siempre, por lo menos, una palabra cordial, un gesto, un estimulo”. Trabajó como lector de español en Cambridge. Junto a Guillermo de Torre dirigió la revista Índice literario (1932-1936). En este último año emigró a Estados Unidos, donde se desempeñó como profesor en distintas universidades, y allí vivió hasta su muerte, salvo algunos períodos en que dictó clases en la Universidad de San Juan de Puerto Rico.

En su poesía se dan vanguardia y tradición entrelazadas. Su búsqueda de la esencialidad hace creer a los lectores que es un poeta sencillo ya que utiliza un léxico no rebuscado, pero complejo al querer expresar la profunda complejidad de la realidad.

El amor es el tema central de la poesía de Salinas, pero no un amor en abstracto, sino el amor concreto, cotidiano, situado en una realidad temporal que incorpora a la aventura amorosa, vivida como sorpresa incesante, el mundo mecánico que rodea o que utilizan los amantes: el teléfono, el automóvil, el cine, la electricidad, los anuncios luminosos, etc. Salinas canta a la amada como un ser capaz de transfigurar los objetos de su ámbito cotidiano, de reinventar el mundo y sus maravillas.

La voz a ti debida (1934), debe su título a un endecasílabo de la Égloga III de Garcilaso; está considerado como un poema unitario, donde pueden rastrearse variaciones sobre el tema amoroso.

Es una historia vivida desde la pasión primera hasta la ruptura, pasando por una unión plena y absoluta con la amada, sin que nombre nunca ni a la amante ni a la amada, que aparecen de forma anónima, desprovistos de datos personales; por ello los nombres quedan sustituidos por los apasionados pronombres yo y tú, aunque dejan traslucir la dificultad de comunicarse y el adiós a los amantes.

Para Guillén detrás del tú hay una mujer real de carne y hueso, no una ficción; sin embargo, otros críticos aluden a que el tú es la conciencia del autor; otros, ven la obra como un símbolo de la creación y pérdida del edén amoroso.

Según algunos críticos, esta obra es la primera de una trilogía que seguirá con y Razón de amor y Largo lamento.

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